Asociación Torrijos 1831 22/05/2025
A finales de los años cincuenta, y principios de los sesenta, del siglo XX, una amplia mayoría de niñas y niños, españoles, estudiábamos con la Enciclopedia Álvarez. La de Primer Grado, era para niños entre 6 y 8 años, y la de Segundo Grado, para los de 9 y 10. Con los conocimientos adquiridos con la de Segundo Grado, era con los que había que hacer frente a la prueba de Ingreso al Instituto: el Instituto, el lugar ideal para formarse, un anhelo para avanzar en los estudios y, posiblemente, el tránsito necesario para poder iniciar una carrera, el sueño para los hijos de los trabajadores de la época. La Ley de la Ordenación de la Enseñanza Media en España se había reglado en 1953, consistiendo en un Bachiller Elemental de cuatro cursos, con examen de una Reválida final, y el Bachillerato Superior, con secciones de Ciencias y Letras, de dos cursos (quinto y sexto), y también con otra prueba de Reválida a su término. Al séptimo curso se le denominó Preuniversitario, imprescindible para el acceso a la Universidad. Aquella Enciclopedia Álvarez de Segundo Grado, dotada con muchos dibujos, fue notablemente didáctica para los alumnos y alumnas en cuanto a las Matemáticas, Geometría, Gramática, Ciencias Naturales, Geografía…, aunque por la época en la que se editó, contenía la desproporción de casi un tercio del libro dedicado a la Religión. La que no resistió el paso del tiempo fue la Historia que se divulgaba en la Álvarez, especialmente en cuanto al periodo contemporáneo. Llegados a este punto, y con un antiguo ejemplar de la de Segundo Grado por delante, vamos a recordar (y analizar), como trató la Álvarez el periodo histórico al que nos dedicamos como asociación desde 2002, ese que va de 1808 a 1837, del que a fuerza de leer, aprender y analizar, entendemos un poquito.
Una historia no bien explicada que libraba a Fernando VII de sus graves responsabilidades y crueldades como gobernante.
En la página 375 se citaba: “Se llama Guerra de la Independencia la que sostuvimos contra los invasores franceses desde 1808 hasta 1814”. Esta información veraz, iba, sin embargo, a fijar un precedente en el orden del relato histórico posterior del libro, con un rechazo contra lo francés, paradigma del fondo de nuestros males, para distraernos, intencionadamente, y sobre todo mediatizarnos sobre otras cuestiones importantes. Así, en la página 377 se recogía: “En la Guerra de la Independencia había triunfado plenamente el pueblo español, pero las clases directoras se habían dejado influir por ideas de origen francés. Y así, se dio el caso de que mientras unos españoles morían en los campos de batalla defendiendo a Dios, a su Patria y al Rey, otros formaban en Cádiz unas Cortes al estilo francés y aprobaban un reglamento llamado Constitución… De esta manera, cuando Fernando VII regresó, encontró a los españoles divididos en dos bandos: los llamados absolutistas, defensores de la tradición española, sintetizada en las palabras Dios, Patria y Rey, y los llamados liberales, que defendían la Constitución y que estaban contaminados con ideas de origen francés…”. Estas definiciones, como se ha citado anteriormente, ya mediatizaban de por sí la opinión de los alumnos y los apartaban de la realidad de los hechos. Nada se escribía de lo que habían significado los precedentes de la Enciclopedia y la Ilustración (ni siquiera figuraban sus nombres), cuyos libros, procedentes de Francia, entraron principalmente por los Pirineos y los puertos mediterráneos; solamente se motejaba a los reyes Borbones del siglo XVIII, que estuvieron bajo influencias francesas y que, en ese periodo, “disminuyó notablemente el espíritu religioso” (por la “invisible” Ilustración). Bueno, la síntesis de la Enciclopedia y la Ilustración, es que ambas pusieron el uso de la razón, el saber y los conocimientos logrados por los seres humanos, hasta mitad del XVIII, por delante de las divinidades. No hace falta explicar más, en cuanto a esto último, pero cómo se iba a hablar en la Álvarez de ellas, cuando un tercio del libro estaba dedicado precisamente a la religión. Así, con el precedente del “mal francés” ya señalado, se indicaba que los liberales constitucionalistas “estaban contaminados con ideas francesas”. No estaban contaminados (significado de alterar nocivamente la pureza o condiciones de las cosas), fue una palabra tendenciosa para desfigurar algo que era mucho más fácil de expresar: los liberales constitucionalistas españoles fueron herederos directos del espíritu y el saber de la Ilustración. Pero claro, como ya se ha citado, la Ilustración no aparecía en la Álvarez. A partir de ahí, el círculo para el pequeño alumno que se estaba preparando para realizar las pruebas para el Ingreso en el Instituto, ya se había cerrado en su mente, en cuanto a la dicotomía de entender de “buenos y malos”. Lo demás estaba ocultado y sellado, desconociendo el niño estudiante que las Cortes, que fueron capaces de legislar y hacer nacer a la Constitución de 1812, con derechos y libertades para los ciudadanos, fueron las que realmente mantuvieron la lucha contra los franceses entre 1810 y 1814, no cesando de organizar tropas, de enviarlas a los escenarios bélicos, de intentar socorrer a las ciudades sitiadas y formar mandos en las academias militares gaditanas (mandos que ya no iban a pertenecer al ejército Real, sino al ejército de la Nación), para enfrentarse a los ejércitos napoleónicos establecidos en la península; y que mientras, el rey Fernando VII, había abdicado junto a su padre, en Bayona, a sus derechos al trono español (su padre Carlos IV había vendido a Napoleón, España y las Indias, por un montante de renta, de treinta millones de reales, haciéndolo porque ambos territorios eran de su absoluta propiedad, por privilegio emanado del poder de la monarquía absoluta). Tras eso, el felón desheredado se mantuvo en su exilio dorado de Valençey (Francia), con opíparas comidas, montando a caballo, paseando por los jardines, bordando…, y lo peor: felicitando a Napoleón por cada derrota que infligía a sufridos españoles, entre 1808 y 1814. Abyecto hasta el final, Fernando solicitó a Bonaparte ser su hijo adoptivo. Aquí está su carta: “Mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el emperador nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M., como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos”.
Aquella frase y las ocultaciones.
Retomemos de nuevo, con esa frase citada en la Enciclopedia Álvarez de “…, que mientras unos españoles morían en los campos de batalla defendiendo a Dios, a su Patria y al Rey…”. A ella añadimos lo ya expresado: que ese rey vivía muy bien en Valençey (Francia), a la vez que los españoles morían con su nombre en la boca, frente a las tropas del emperador francés, del que Fernando pretendía de forma miserable ser hijo adoptivo; pero, desgraciadamente, eso no lo explicaba la Enciclopedia Álvarez. Tampoco se refería al terror de la denominada “Década Ominosa” (1823-1833), donde Fernando VII ejerció todo su poder para aniquilar físicamente a una parte de la población española: la que estaba a favor de una Constitución. Por otro lado, se empequeñecían los excesos y crueldades de la terrible I Guerra Carlista, que de forma determinante debilitó a nuestro país en recursos humanos y económicos, para las empresas y difíciles retos de progreso que le aguardaron en el resto del siglo XIX. Curiosamente, fue una guerra nacida en el seno de la familia borbónica, que arrastró a todo el país. Cuantos murieron sin saber bien las causas por las que cayeron o les arruinaron sus vidas, a ellos, sus familias y descendientes.
Siempre hay, y existirán, jóvenes de cualquier tiempo o lugar, capaces de ver más, de hacerse preguntas, de formarse a través de la lectura en sus inquietudes intelectuales, y de alcanzar otros horizontes ignotos de los generalmente sabidos.
El tiempo pasó y muchos de aquellos chicos y chicas que opositaron a las pruebas de Ingreso al Instituto, fueron acabando su Bachiller incorporándose a la vida laboral. Otros prepararon sus matrículas para hacer C.O.U. y de allí, saltar a la Universidad para estudiar determinadas carreras. Y en esa nueva década, la de los setenta, descubrimos que la historia de nuestro país había sido diferente en una parte importante de ella, que había libros y revistas especializadas con un importante calado documental y bibliográfico, para aquellos que tenían las ganas e inquietudes suficientes, y también el atrevimiento necesario, para, sin conformarse con lo aprendido anteriormente, intentar conocer más… Que había que ir dejando atrás la mentalidad guerracivilista heredada en nuestra sociedad, nacida precisamente en el reinado de Fernando VII y potenciada con otros periodos amargos de nuestra historia, y que la cultura, la educación y la formación humana, eran fundamentales para comprender, odiar mucho menos, ejercer sin miedo la tolerancia y no hacer de las exclusiones la solución, contra el diferente o los minoritarios, y que sin las ofuscaciones de revivir enemistades eternas, debíamos de lograr, entre todos, un país mejor, donde la cultura y el uso de la razón ganaran a la ignorancia y las supersticiones (los grandes males en la España contemporánea); tal como Prim nos señaló con esta frase para apartarlas del caminar de nuestra nación: “Sed mayores de edad…, sed los dueños de vuestros destino”, sin falsas e interesadas tutelas, sin presiones seculares como losas para corregir el libre pensamiento, para que los españoles fueran realmente lo que deseasen ser, y con ello, sepultar el eterno verbo encendido contra el que no pensara igual. Sólo así obtendríamos la convivencia y la cultura cívica, tan necesarias, para entenderse, y que gracias a ello emergiera el país, y las personas integrantes del mismo, hacia un futuro mejor, más próspero y tolerante.