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Memoria para el triste final de Juan Martín “El Empecinado”, en este 19 de agosto, cuando se cumple el Bicentenario de su terrible ejecución a manos del régimen absolutista de Fernando VII.

Asociación Torrijos 1831                    19/08/2025

Para los integrantes de la Asociación Torrijos 1831 que hemos podido visitar Roa de Duero, motivados por el sentimiento histórico de “vivir” los últimos momentos del triste final de Juan Martín “El Empecinado”, nos ha sido imposible evitar sentir, cierta conmoción. cuando nos hemos situado junto a la emblemática estatua del famoso guerrillero y, también, del que fue firme defensor de las libertades que emanaron de nuestra Constitución de 1812. La estatua de “El Empecinado”, encadenado y con su torso desnudo, levantada en los Jardines de La Cava, impone por su gran realismo y, sobre todo, por recordarnos lo que debió de padecer Juan Martín en los últimos instantes de su vida. Toda la perfidia de aquel degradado poder absoluto, que simbolizó el reinado de Fernando VII, los insaciables deseos de venganza acumulados contra el héroe nacido en Castrillo de Duero, durante el Trienio Liberal (1820-1823), se concretaron en la vil manera con que acabaron con él, y cómo se le torturó, física y mentalmente, en los meses previos a su final, para llevarlo desfallecido y sin fuerzas al patíbulo, tratando de hurtarle ante los ojos del pueblo, el valor que siempre había demostrado en su vida.
También visitamos en Roa el lugar de su ejecución, hoy la Plaza Mayor de la villa, denominada Santa María, presidida por la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo gótico isabelino, edificio que en la época de la ejecución de “El Empecinado” se denominaba la Colegiata. Lo hicimos por la mañana, para percibir mejor cómo fueron las luces y sombras que, proyectadas sobre ese edificio, pudo ver “El Empecinado” en los últimos instantes de su vida.
Precisamente, si uno, conociendo el drama allí ocurrido, y teniendo la sensibilidad suficiente en su alma, se sitúa frente a este edificio religioso, cierra durante unos momentos los ojos y se inspira adecuadamente, puede retrotraerse a aquella terrible mañana del 19 de agosto de 1825, acudiendo a la mente, la escena en la que los voluntarios realistas llevaron al “Empecinado” al patíbulo, sumido en la más absoluta indefensión, y en la infinita soledad frente a la barbarie del absolutismo. La misma terrible soledad que ya habían experimentado Porlier o Riego, cuando fueron trasladados a su lugar de martirio; pues el régimen absolutista nunca tuvo suficiente con acabar con ellos, con aquellos héroes constitucionalistas, sino que puso todos los medios a su alcance para calcular al detalle la negra atmósfera de estas aberrantes ceremonias, para llevar al extremo el aislamiento psicológico de los condenados en los últimos instantes de sus vidas, rodeándolos de un “pueblo” llevado por la ira, ira bien inyectada en dosis adecuadas por los directores y esbirros que fraguaron este tipo de exhibiciones vengativas contra los reos.
Si bien, somos muy conscientes de los terribles sufrimientos que debieron de experimentar aquellas víctimas, lo hecho desde las instituciones de la época, de forma tan calculadamente dañina como cobarde, debe servirnos a los españoles para el convencimiento, de que nunca más nuestro país debe verse sumido en siniestras e inhumanas ceremonias como aquellas, ni que haya regímenes “primos hermanos” de aquel impresentable absolutismo, que las tutelen y conciban; pues el hecho aquí contado no sucedió en la época medieval, no, si no en nuestra historia contemporánea, por la que todavía transitamos.

La ejecución de “El Empecinado”.

El 19 de agosto de aquel 1825, a Roa había acudido gente de los alrededores para contemplar en directo la ejecución de “El Empecinado”. Las autoridades absolutistas lo habían tenido todo en cuenta, incluyendo la seguridad de que nada evitara la muerte del condenado. El alcalde de Roa, Gregorio González, era jefe de uno de los batallones de Voluntarios Realistas presentes, y además, el jefe de día en aquel histórico 19 de agosto. Muchas responsabilidades tenía. Existen testimonios que la guardia realista estuvo integrada por 460 efectivos, cerrando todos los accesos al pueblo. En la puerta de la cárcel se agolparon los realistas más exaltados para increpar al reo e insultarle antes de salir. Representaban a la España servil y cobarde que, saturada de ignorancia y fanatismo durante siglos, castigaba a la maniatada España de las libertades y derechos constitucionales. Antes de las doce de la mañana, la cofradía de la Santa Caridad había hecho sonar sus campanillas por las calles para “costear los sufragios por el alma del condenado”. Más parafernalia imposible para una víctima que no creía en nada de aquello.
El 19 de agosto es un día caluroso en Roa. A las doce de la mañana sacan de la cárcel al “Empecinado”. Junto a la puerta han puesto a un burro desorejado, en el cual el reo tiene que ir montado. Juan Martín no desea ser trasladado de esa forma tan humillante. Le pega una patada al animal para espantarlo, pues quiere ir a pie y erguido al lugar de la ejecución pese a la escasa fuerza que tiene, pero le obligan a montarlo, sintiendo las bayonetas en su abdomen. A redoble de tambor comienza a avanzar la trágica comitiva. Al llegar a la Plaza Mayor, “el Empecinado” la contempla abarrotada, y al ver la gente al condenado, comienzan los insultos y los escarnios de nuevo contra él. Pero también hay amigos del héroe liberal, que aprietan puños y labios por no poder hacer nada por él. Para ellos es un momento terrible cargado de una impotencia que nubla sus ojos. A pie de patíbulo, y viendo su triste final decidido, Juan Martín finge un arrepentimiento para, a continuación, con un golpe fortísimo, romper las esposas de hierro que aprietan sus sangrantes muñecas. Con las pocas energías que cuenta después de tantos días de privaciones, se abalanza a golpes y bofetadas contra los voluntarios realistas que le rodean, e intenta quitarle el sable a un ayudante de batallón, pero no lo consigue… Varios realistas lo tiran al suelo y lo reducen… Gregorio González escribió después “… Por fin, los voluntarios realistas pudieron sujetarlo y lo colocaron en el mismo sitio donde estaba cuando rompió las esposas, esto es, junto a la escalera de la horca. Los sacerdotes intentaron exhortarle, pero, viendo que no les hacía caso, y, por el contrario, parecía burlarse, el fraile Ramón, dirigiéndose al público como si echase una plática cristiana, gritó: ¡No recéis por este perverso, que muere condenado! Entonces, para evitar forcejeos y trabajos, se trajo una gruesa maroma y se ató por medio del cuerpo, y así se le subió hasta el punto donde tenía que hacer su trabajo el ejecutor de la justicia, que, ayudado por algunos voluntarios realistas, le sujetó fuerte, cogiéndole por los cabellos, y le preparó bien los cordeles. Se dio la última orden y quedó colgado con tanta violencia que una de las alpargatas fue a parar a doscientos pasos de lejos, por encima de las gentes. Y se quedó al momento tan negro como un carbón”.

Un cuerpo expuesto para escarmiento.

El cadáver de “El Empecinado” quedó colgado, durante horas, hasta el toque de oración (a la puesta de sol). En ese momento, sacaron de la cárcel a doce liberales presos (su aspecto era lamentable, con cabellos sucios y desordenados, y ropajes mugrientos); que habían sido compañeros de prisión con Juan Martín durante los largos meses de cautiverio en la cárcel de Roa. Los sacaron para que descolgaran el cuerpo de su general. Los prisioneros, con el miedo metido en el cuerpo (pues más de uno pensó que, también, iba a ser ejecutado allí mismo), contemplaron bajo el patíbulo, durante unos minutos que se hicieron eternos, el cadáver del que había sido su jefe. Después, pusieron su cuerpo en una caja, para trasladarlo al cementerio de la villa, donde previamente se había cavado una profunda fosa. En la misma se metió la caja, y cuentan que sobre ella se vertieron cerca de treinta carros de piedra y tierra.
Como un dato más, decir que el sacerdote que llevó a cabo la última confesión de “El Empecinado”, fray Ramón de la Presentación, violó el sagrado secreto de confesión, delatando a las autoridades absolutistas que “El Empecinado” le había dicho en confesión que tenía escondidos 14.000 reales para que los hiciera llegar a su familia, que iba a quedar en la miseria. Hipócritamente, el religioso lo justificó por escrito alegando que “la Moral y sana Teología» «no quiere obligar a los ministros de la Penitencia el sigilo, cuando la intención de los penitentes no es de hacer Sacramento, sino de hacer burla del Sacramento y un desprecio formal”. Bueno, el relato es componenda pura. La realidad fue otra mucho más inmoral, y muy alejada del espíritu cristiano, no terrenal, que un religioso debería haber mantenido por propia exigencia, pero no olvidemos que la Iglesia, como institución, fue uno de los valedores mayores con los que contó el régimen absolutista de Fernando VII, para mantenerse en el poder durante aquellos trágicos años.

Conclusión y memoria para “El Empecinado”.

Juan Martín “El Empecinado”, un labrador, un hombre del pueblo, tomó las armas para defender nuestro país frente a la invasión napoleónica. Por su valor y dotes de mando, frente a los franceses, a los que derrotó en varias ocasiones, ascendió hasta el no fácil empleo de mariscal de campo. Pero Fernando VII le pagó muy mal tras regresar de su cómodo exilio en Francia. El guerrillero, en 1814, ya general liberal, fue fiel y defendió al sistema constitucional nacido en Cádiz. Eso nunca se lo perdonó Fernando VII, y no tuvo piedad ninguna con él cuando fue hecho prisionero por los absolutistas, deparándole una muerte cruel.
Tardaría tiempo en reconocerse la memoria de “El Empecinado”. El 2 de julio de 1844, sus restos fueron sacados del cementerio de Roa, para ser trasladado a la iglesia colegial de la villa. Este documento de la época lo relata así:
“Hoy tengo que comunicar a Vds. la exhumación de los restos del malogrado general don Juan Martín el Empecinado, y su traslación a la insigne iglesia colegial de esta villa, verificada en la mañana del 2 del corriente. En efecto, por órdenes del ministro de la Gobernación, trasladadas al jefe superior político de esta provincia, comisionó ésta al alcalde constitucional de esta villa para que con todo esmero pasase al sitio donde yacían los restos del valiente patriota el Empecinado y fuesen trasladados a la iglesia colegial de esta villa, en donde permaneciesen custodiados hasta su ulterior colocación en el monumento que se ha de edificar en la Plaza Mayor y sitio en donde acabó el general sus días.
Cinco testigos que presenciaron en 1825 su entierro, asistieron a la extracción de los citados restos, acompañados de la autoridad, cuatro facultativos del arte de curar y otras personas notables. Como a vara y media de profundidad se encontraron los huesos de este héroe en la misma postura que fue enterrado y con tales señales que todos vieron los huesos fuertes y valientes que hicieron temblar tantas veces a los enemigos de la patria. Una alpargata y pedazos de la túnica vinieron a confirma más ser el esqueleto del difunto. Una inspección facultativa hecha por las reglas del arte y el conocimiento que de su persona se tenía, hicieron palpable ser éste el cadáver que se buscaba. Colocados los huesos en una hermosa y lúgubre urna mortuoria, fueron puestos a la expectación pública hasta las diez de la mañana del 2, en que fueron trasladados a la citada iglesia. Un concurso numeroso de lo más florido de la población, sin distinción de matices políticos, con hachas de cera, y el cabildo capitular eclesiástico con las cruces de las tres parroquias, acompañando el ayuntamiento en cuerpo, se personó a la puerta de la ermita de Santa Lucía, contigua al campo santo, en donde los sacerdotes entonaron el salmo exultabunt ossa humillala, que parecía haber sido dictado providencialmente para este caso particular. Las autoridades dijeron unas palabras en memoria del héroe, y con los cánticos tristes y sublimes de nuestra santa religión comenzó a caminar este triste acompañamiento con la mayor devoción y recogimiento, hasta la dicha insigne colegial, atravesando por entre un gran número de personas forasteras que había atraído la casualidad de ser día de mercado tan concurrido como es éste. La caja fue conducida por los licenciados D. Bernardo de Olavarría, don Trifón de la Fuente, D. Rafael de la Fuente y don Bernardo González Mañero, juez cesante de primera instancia de León. Presidian el duelo el ya dicho alcalde don Cenón Bombín, y el juez de primera instancia de este partido D. Remigio Salomón. Todos los concurrentes iban con traje de luto según estilo del país”.
Sin embargo, los deseos en Roa se truncaron en 1853, cuando desde Burgo se consiguió la decisión del traslado de los restos a la capital. Antes de aquella orden, la Milicia Nacional de la provincia de Burgos había «financiado y erigido» el «monumento que perpetúa la memoria del valiente y malogrado general» a los pies del cerro del Castillo, lugar simbólico en el Burgos de la Guerra de la Independencia. Los restos fueron trasladados desde Roa a Burgos el 23 de diciembre de 1856. Sin embargo, en el acta redactada con gran detalle por el entonces secretario de la localidad ribereña, se hacía constar «el desacuerdo del Ayuntamiento» con que los restos de “El Empecinado” salieran del municipio. Resignados, lo que hacían era «obedece y acatar las instrucciones dadas por el Gobierno de S.M.». Dicho de otra manera, se trataba de una «decisión gubernativa».

Desde hace años, la salvaguarda de la memoria de Juan Martín “El Empecinado” corre a cargo del llamado Círculo Cultural Juan Martín “El Empecinado”, formado por descendientes del famoso guerrillero y de personas leales al histórico personaje, que realizan homenajes, recreaciones históricas y conferencias, especialmente, entre agosto y septiembre, en Roa y en Castrillo del Duero. El Círculo nació por la inquietud e iniciativa de admiradores del Empecinado, al ser conscientes del mal pago que había recibido el héroe liberal, a cambio de su lealtad a una causa digna de mejor suerte. Este grupo no pudo permanecer inactivo ante la situación de olvido en la que se encontraba este destacado personaje de nuestra historia, y activado siempre, cada año, con diversos actos recuerda su memoria. El Círculo Cultural Juan Martín “El Empecinado”, se ha convertido en el motor de las celebraciones que por el Bicentenario, se están llevando a cabo, ahora, en Roa, Castrillo y Burgos. ¡Enhorabuena!

Hoy día, los restos de “El Empecinado” continúan en ese monumento funerario burgalés. Un lugar de honor para su memoria, y para su valor, siempre demostrado en vida.