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SEMBLANZA DE JOSÉ MARÍA DE TORRIJOS Y URIARTE

 

Torrijos dibujado por Deveria. Grabado del Museo Romántico de Madrid

“La vida del general Torrijos, sin tacha de ninguna clase, es a mi vista
su redacción la más sencilla, porque sólo hay que decir la verdad
en la extensión de la palabra, sólo la verdad”

General Gurrea, compañero de Torrijos.

José María Torrijos y Uriarte (1791-1831), fue una persona excepcional en su época. Nacido en Madrid el día 20 de marzo de 1791, en el seno de una familia de burócratas andaluces al servicio de la Corona española, sus padres fueron don Cristóbal de Torrijos y Chacón, ayuda del cámara de Carlos IV, y doña María Petronila Uriarte y Borja, descendiente de una noble familia de ascendencia americana.

Al conseguir su padre el 19 de agosto de 1801 que fuera paje de Carlos IV, se le concedió el privilegio de acceder a cargos eclesiásticos, a empleos cortesanos o a una carrera militar distinguida.

Desde muy niño sintió una profunda vocación por esta última, por lo que la elección no fue difícil para él. Una vida no cómoda en la que imperaba la disciplina, el valor, la abnegación, los estudios, la constancia y el sacrificio. Con ella alcanzó gran experiencia y criterio a través de los acontecimientos políticos y bélicos que sacudieron a la España de su tiempo: Guerra de la Independencia (1808-1814), Sexenio absolutista (1814-1820), Trienio Liberal (1820-1823) y Década Ominosa (1823-1833).

El 13 de septiembre de 1804, tras los estudios realizados en la Corte, consiguió el empleo de capitán con plaza en el Regimiento de Infantería Ultonia.
Ese mismo año, por indicación de su padre, ingresó en la prestigiosa Academia Militar de Ingenieros de Alcalá de Henares para ampliar sus conocimientos militares.

Con prestancia y distinción en sus maneras, su aspecto físico era el siguiente: cabello castaño; cejas: ídem; ojos azules; nariz: regular; cara ovalada.

Recto proceder, honor y patriotismo

Su educación, nivel intelectual, carrera militar, convicciones sólidas, patriotismo, voluntad firme y conciencia sobre lo que le rodeaba, con una marcada generosidad hacia los demás, marcaron la actitud ante la vida de José María Torrijos.
Varias decisiones tomadas por Torrijos a lo largo de su vida castrense, confirman sus virtudes militares, su recto proceder y conducta intachable, y también sentido del honor y amor por su patria.

• El día 2 de Mayo de 1808, ante la ausencia de órdenes a su persona y empleo (era capitán con plaza en el Regimiento Ultonia con licencia en Madrid a espera de incorporarse a su unidad que estaba en Gerona), acudió al lugar del fuego: el Parque de Artillería de Monteleón.

• Tras atravesar las líneas francesas y esquivar los fuegos de defensores y atacantes, llegó a la puerta principal del Parque, donde los cañones españoles a la voz del capitán Daoiz disparaban a los sitiadores.

• Salió de Monteleón por orden directa y expresa del capitán Velarde.

• Agregado por el capitán general de Madrid al ejército del mariscal Moncey que debía de sofocar el levantamiento en Valencia, Murcia y Cartagena; Torrijos logró adelantarse con sus compañeros hasta Valencia, integrándose en el ejército español que estaba organizando la defensa del territorio. Por necesitársele, entró rápidamente en combate batiéndose en sucesivos combates contra las fuerzas de Moncey.

• Participó en diversos cercos y batallas, siempre en primera línea y dando muestras de arrojo y dotes de mando. Fue herido en Tortosa y hecho cautivo.

• Fugado de su prisión se incorporó de nuevo al ejército español.

• Durante la Guerra de la Independencia, por su valor y capacidad fue ascendido con rapidez y condecorado en varias ocasiones. En 1814, ya era brigadier con sólo veintitrés años (coronel al mando de una brigada).

• Una vez terminada la contienda, estando en desacuerdo con la política represiva del gobierno fernandino contra las colonias americanas (no olvidemos el ascendente americano de Torrijos por su vía materna), y ser la misión de carácter voluntario, decidió no marchar con la fuerza expedicionaria a las órdenes del general Morillo, en la cual hubiera ido de segundo en el mando, ostentando un empleo superior al que tenía entonces, pues participar en aquella empresa llevaba parejo su ascenso a mariscal de campo.

• Afecto a las ideas liberales y constitucionalistas, tras su detención en Murcia por parte de la policía fernandina, tuvo ocasión para fugarse en varias ocasiones, pero no lo hizo: primero, para no comprometer a sus compañeros y, segundo, por creer que el hecho de sufrir con su persona y empleo, prisión, era un buen ejemplo para la causa.

• Tras el pronunciamiento de Riego (1820), ocupó el cargo de jefe del Regimiento Fernando VII en Madrid. Pese a todas las presiones que sufrió y prebendas de las que le quisieron hacer objeto durante aquel periodo, permaneció firme y con honor en el ejercicio de su mando, sin traicionar ni las obligaciones de su cargo ni sus ideales constitucionalistas.

• Pese a la gran escasez de medios y las condiciones difíciles que le rodeaban, combatió durante el Trienio a los absolutistas en Cataluña y el País Vasco.

• Al ocurrir la invasión de los Cien mil hijos de San Luis, Torrijos tomó cuatro decisiones que avalan su condición de militar de honor:

– Carta de respuesta al rey tras revocar éste su nombramiento de ministro de la Guerra.
– Rechazar el cargo como gobernador de la isla de Cuba, por querer permanecer en primera línea de fuego ejerciendo el mando.
– Rechazar la Gran Cruz de San Fernando por no otorgársele según lo establecido en el reglamento de la misma.
– Enfrentamiento directo con el general Ballesteros en su puesto de mando, afeándole pese a ser superior suyo, su comportamiento y cobardía por no presentar combate contra los franceses.

• El día de su muerte pidió que no le vendaran los ojos y mandar el mismo el fuego de la escolta, honores que no se le concedieron.

Toma de conciencia política

Hay varios hechos que van a ser determinantes en la toma de conciencia política del joven José María Torrijos: sus valores, su formación a través de la lectura, el amor por su patria, la ética de su conducta y la reflexión de lo que acontecía a su alrededor, con un criterio claro y determinante frente a la injusticia.
Parte de su conciencia se forjó al ser testigo directo del desplome del Antiguo Régimen español en la contienda contra Napoleón.

Durante el estado absoluto, el origen de cuna había sido determinante para alcanzar a edad temprana el empleo de oficial. Sin embargo, la Guerra de la Independencia (1808-1814), con la honrosa excepción de Bailén, había demostrado la incapacidad de las tropas de borbónicas para expulsar del territorio nacional a los ejércitos napoleónicos.

En batallas como Espinosa de los Monteros, Gamonal y Medina de Rioseco, con efectivos superiores a los que contaban los franceses y contando con el apoyo incondicional de las poblaciones cercanas, se llegó a la derrota debido, en parte, a la nulidad y falta de valor de los generales al mando, los cuales carecían de espíritu, preparación militar y experiencia, ascendente sobre sus subordinados, planificación para la estrategia, la táctica y logística, y disposición para afrontar riesgos y penalidades.

Tras el desastroso final de la batalla de Ocaña, lo que quedaba de organización del antiguo ejército borbónico, se desmembró. Una parte de los jefes y oficiales volvieron a sus casas solariegas, esperando el final de la guerra de forma cómoda. Otros, conscientes de sus deberes y responsabilidades, marcharon a los lugares donde todavía se conservaban núcleos de unidades regulares. Casi todos ellos terminaron luchando en la última fase de la guerra, encuadrados en las divisiones españolas que combatieron a las órdenes del duque de Wellington. Este fue el caso de Torrijos. Para él y otros jóvenes militares, la patria era lo principal. Y la patria y la libertad personal se convirtieron en inseparables para Torrijos.

Este concepto es clave para entender como Torrijos coincidió de pleno con otros hombres procedentes de las capas más humildes del pueblo que, arrojados y decididos, y por su especial carisma, arrastraron a millares de personas a la lucha contra los franceses, movidos por el ideal de darlo todo por la independencia de su patria.

Primero fueron jefes guerrilleros, y algunos de ellos como Espoz y Mina o Juan Martín El Empecinado terminaron siendo generales, logrando con su tesón y sacrificio expulsar a los invasores de ciudades, villas y provincias.

Recién llegado Fernando VII de su cautiverio en Francia (1814), declaró nula la Constitución de 1812, restaurando de esta forma la monarquía absoluta. El triunfo de la reacción en Europa, representada por la Santa Alianza tras la caída de Napoleón, avaló y potenció la decisión del monarca y su camarilla, que hicieron retornar a nuestro país al pasado, desapareciendo la figura del ciudadano con sus derechos y emergiendo nuevo la del súbdito carente de los mismos. Una vuelta atrás en lo político, social y económico, que harían llegar tarde a España a todas las citas históricas del siglo XIX. Precisamente, porque desde 1814 se fue creando el caldo de cultivo de la fragmentación del país que lo precipitaría, de forma irremisible, a varias guerras civiles, con un terrible e irrecuperable desgaste de ideas, energías y medios que incidirán negativamente en el desarrollo industrial de España, perdiendo de esta forma nuestro país competencia en el exterior, mientras que en el interior se vivió la represión más absoluta.

La mayoría de los militares que tan decisivamente habían actuado contra los franceses en la Guerra de la Independencia fueron apartados de sus cargos, implantándose de nuevo a aquellos de “nobleza de cuna”, cuya incompetencia en la contienda (con excepciones como la de Castaños o Palafox), y subordinación al monarca habían quedado de manifiesto.

La falta de libertades y la comunión de Torrijos con la Constitución de 1812, nacida en parte por las reformas del ejército que en ella se contemplaron, recibió un impulso más con la cruel muerte de Porlier en 1815. Por aquel entonces, Torrijos estaba al mando de las guarniciones de Murcia capital y de las plazas de Alicante y Cartagena. En estas ciudades entabló relación con grupos de personas que ansiaban el retorno del régimen constitucional. Con ellas formó reuniones patrióticas en las que se debatían cuestiones filantrópicas y sociales.

Comprometido con el levantamiento del capitán general de Cataluña, Lacy, y tras el fracaso de éste en 1817, Torrijos fue detenido junto a varios compañeros, pasando tres durísimos años en prisión bajo los interrogatorios y maltratos de la Inquisición.

En aquellas lóbregas mazmorras, entre los gritos de los que padecían la incomunicación y la tortura, se forjó en él la determinación de luchar, hasta el final, por un sistema político de libertades y derechos para sus ciudadanos.

Cuando en 1820, gracias al levantamiento constitucionalista de Rafael del Riego en Cabezas de San Juan volvió el sistema constitucional, Torrijos, tras ser liberado, fue nombrado jefe del Regimiento Fernando VII, unidad de elite en Madrid que cubría importantes servicios de guarnición en la plaza.
Sin embargo, graves discrepancias pusieron en peligro el proyecto del sistema constitucional: la división de los propios liberales. Por un lado los moderados, dirigidos por los doceañistas de Cádiz, y por otro los exaltados, jóvenes políticos y militares deseosos de una mayor rapidez en los cambios. La raíz del problema se gestó en la Masonería.

El Trienio Liberal (1820-1823), fue un periodo inestable en el que no se alcanzó el sosiego político necesario, y en el que no cesaron los levantamientos de los absolutistas apoyados por amplios sectores del clero. La decisiva intervención de la Europa reaccionaria de la Santa Alianza, con el envió al ejército francés de los llamados Cien mil hijos de San Luis, terminó por aniquilar al régimen constitucional español.

Tras la restauración del absolutismo y dentro la llamada Década Ominosa (1823-1833), la represión contra los militares liberales llegó a su paroxismo. Varios generales fueron ejecutados, destacando por su crueldad los tratos y muertes de Rafael del Riego y Juan Martín El Empecinado. Otros, como Espoz y Mina o el propio Torrijos (este último había alcanzado ya el empleo militar de mariscal de campo), tuvieron que exiliarse tras defender con bravura sus jurisdicciones ante los poderosos cuerpos de ejércitos franceses. Una dura emigración vivida por Torrijos junto a su esposa, en Londres, desde 1824 hasta 1830.

El texto político del Manifiesto a la Nación firmado por Torrijos junto a Manuel Flores Calderón, en el último año de su exilio en Inglaterra, definen a Torrijos como “Un liberal químicamente puro, ni moderado ni exaltado”. Un hombre de su tiempo, progresista e ilustrado, envuelto por las convulsiones que sacudían a su país y que no renunció a sus ideales políticos, fijados estos en el régimen de una monarquía constitucional.

Fue valiente y decidido, y leal a sus principios y valores. Aprendió mucho de lo vio y trató, poniendo su clara inteligencia al servicio de cuanto hizo por su patria, pero no vislumbró el alcance y el daño que puede hacer la traición.

Su generosidad para el futuro político de su patria, es notorio, al oponerse al sistema de privilegios del cual él mismo provenía y era beneficiario.
A pesar de los años de exilio vividos en Londres, Torrijos mantuvo el anhelo por las libertades de su país, así como la integridad de sus ideales para derrocar al régimen absolutista restaurado por un ejército extranjero, lo que le valió ser declarado el primer enemigo del monarca Fernando VII.

Nadie pudo frenar su irrevocable y arriesgada decisión de desembarcar en las playas de Málaga en diciembre de 1831, ni poner en duda su confianza en aquellos que le prometieron una situación muy favorable para su intento. Ambas cosas le llevaron a la muerte.

Amor para siempre

En marzo de 1813, cuando contaba veintidós años y ostentaba el empleo de coronel, José María Torrijos contrajo matrimonio en Badajoz con la joven Luisa Carlota Sáenz de Viniegra, de veintiún años e hija del intendente honorario del ejército don Manuel Sáenz de Viniegra.

El aspecto de Luisa era el siguiente: metro y medio de estatura, cejas y cabellos oscuros, barbilla redonda, boca y nariz mediana y ojos azules.
La unión del matrimonio se basó en un gran amor, en toda la belleza y extensión de la palabra, cargado de romanticismo y compañerismo: “Me amó hasta su último suspiro, con toda la fuerza de su pasión…” dejó escrito Luisa.

José María y Luisa sólo tuvieron una hija, la cual murió poco tiempo después de nacer en 1815. La pareja siempre estuvo junta, pese a las adversidades que hubo de superar con guerras, encarcelamientos y exilios.

Solamente se separaron en agosto de 1830, cuando Torrijos se dirigió a Gibraltar. Jamás volvieron a verse.

Luisa Carlota Sáenz de Viniegra dejó el mejor testimonio para la memoria de su marido: la gran obra Vida del General D. José María Torrijos y Uriarte publicada en 1860.

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Un notable nivel intelectual y un hombre diferente

Sus estudios, la pasión por la lectura y la facilidad para aprender idiomas, dotaron a Torrijos de un notable nivel intelectual, a lo que se añadía su desenvoltura para escribir y expresarse, sus finos modales y prestancia aristocrática.

Durante el exilio en Londres, y con el fin de paliar la penuria económica, fue relevante su labor de traductor en varias obras, no exentas de aportación intelectual propia en sus prólogos. Las más conocidas son las Memorias de Napoleón y las del general Miller.

En Londres, Torrijos intimó con un grupo de intelectuales ingleses que, desde los tiempos de estudiantes en la universidad de Cambridge, eran conocidos como los Apóstoles de Cambridge, los cuales, aglutinados en torno al poeta John Sterling, habían creado una sociedad estudiantil de debate cultural, núcleo indiscutible de una brillante generación inglesa caracterizada en lo político por un ardiente liberalismo que traspasaba fronteras, y en lo literario por su gusto en la estética del romanticismo. La formaban, entre otros, el citado Sterling, Maurice, Alfred Tennyson, Arthur Hallam, John Kemble, Richard C. Trench…

Torrijos, que amaba la libertad de su patria por encima de todas la cosas, era justo el tipo de personaje que hacía volar la imaginación y el entusiasmo de aquellos jóvenes de corazones generosos y románticos, tanto por el poder intelectual que demostraba como por su atractivo físico, su fino talento, sus maneras, porte aristocrático y distinción, y su impresionante educación. Era un hombre culto, que dominaba bien el inglés y francés.

Como escribió Carlyle, el general español llegó a ser en estas reuniones: “Muy prominente y, a la larga, casi el objeto central”, lo que dice mucho a favor de Torrijos.

“Su vida parecía una novela. Casi adolescente se había distinguido por su valor en la guerra contra Napoleón; herido y prisionero había logrado fugarse. Lanzado a la conspiración liberal fue perseguido y encarcelado. Durante su prisión no faltó el episodio de fidelidad amorosa; Madame Torrijos entraba disfrazada por las noches en el castillo de Santa Bárbara en Alicante, donde estaba preso Torrijos. Luego los calabozos de la Inquisición, más tarde los combates de Cataluña y la resistencia de Angulema en Cartagena. Por último, la tristeza del destierro y la pobreza.

¡Romántica España! ¿No había algo de quijotesco en aquel hombre arrojado, generoso y leal, que aunque tan necesitado él mismo nunca pedía nada sino para los suyos? Nadie por los menos parecía encarnar mejor que él la España noble y libre que Sterling y sus amigos seguramente imaginaban.” (1)

(1) Liberales y románticos de Vicente Llorens.

Sólo con traición pudieron con él

Comisionado por la Junta Liberal exiliada en Londres, Torrijos llegó a Gibraltar el 9 de septiembre de 1830, desembarcando clandestinamente en bahía Rossia en unión de otros destacados constitucionalistas.

El plan para derrocar al régimen absolutista estaba inspirado en el levantamiento de 1820: un rompimiento materializado esta vez con un desembarco en el litoral andaluz, que produjera sucesivos pronunciamientos en diferentes lugares del territorio nacional.

Sin embargo, durante un año las diversas tentativas que llevaron a cabo los liberales desde el Peñón, fracasaron: expedición de Manzanares a Estepona, ataques contra La Línea y Algeciras, levantamiento de Cádiz…

Todo estaba dominado por la precariedad y la desesperanza cuando, de repente, apareció Viriato…

Escondido bajo ese nombre y formando parte de una sucia trama ideada por el gobierno fernandino, con falsas promesas de tropas comprometidas a favor de un levantamiento pro-constitucionalista, sedujo a Torrijos a un plan de desembarco en la costa de Málaga con el fin de capturarlo vivo y ejecutarlo.

La experta biógrafa de Torrijos, Irene Castells Olivan, profesora de la Universidad Complutense de Barcelona, señala en su obra Torrijos y Málaga, al gobernador de la ciudad Vicente González Moreno como Viriato, tras aportar una amplia documentación que así lo corrobora e interrelacionar los hechos.

En la noche del 30 de noviembre de 1831, salieron de Gibraltar las barcazas Santo Cristo del Grao y Purísima Concepción, con Torrijos y sus cuarenta y ocho liberales, más doce marineros…

El 2 de diciembre, cuando las barcazas cruzaban a la altura de Cala de Mijas, fueron sorprendidas por fuego de cañón realizado desde el bergantín Neptuno, cuyo capitán había prometido a los liberales escoltarlos hasta el lugar del desembarco: Ventas de Bezmiliana en el actual Rincón de la Victoria.

El inesperado encuentro en las proximidades de Punta de Calaburra, obligó a Torrijos y sus compañeros a realizar un precipitado desembarco en la playa de El Charcón, donde quedaron embarrancadas las barcazas.

Tras la arenga de Torrijos en el monte Guajarzo, los expedicionarios de Gibraltar se adentraron por la cañada del Carrizo, próxima al Chaparral, hacia el interior…
Los liberales atravesaron el río Ojén, continuando su marcha por la realenga, actual camino de Campanales.

Progresando hacia Mijas, al anochecer, el grupo liberal llegó a las inmediaciones del pueblo, saliendo a su encuentro la milicia realista que realizó varias descargas de fusilería.

Torrijos y los suyos, aprovechando las sombras de la noche, comenzaron un penoso ascenso por el arroyo de las Grajas, llegando a la dorsal de la sierra de Mijas, donde pernoctaron.

Al amanecer del día 3, los expedicionarios de Gibraltar iniciaron el descenso por la vertiente noreste de la sierra, bajando hacia el Valle del Guadalhorce.
A mediodía, ya en las proximidades de Alhaurín de la Torre, la milicia absolutista abrió fuego contra los liberales, obligándoles a desviar su ruta hacia el norte.
Ante este nuevo contratiempo, Torrijos decidió que lo mejor era buscar un lugar seguro para poder descansar, visto el estado de agotamiento en el que se encontraban.

La elección recayó en un cortijo blanco situado en la vertiente sur de la Sierra Llana: la Alquería del conde de Mollina, a cuatro leguas de Alhaurín de la Torre.

Acogidos en aquella hacienda, al anochecer, los liberales terminaron siendo cercados por el batallón de los Voluntarios Realistas de Coín, cuyo capitán, Francisco Lomeña, realizó un furibundo ataque a la Alquería al amanecer del día 4, en el que fueron rechazados los asaltantes.

Presente en el cerco el propio gobernador de Málaga, González Moreno, se entrevistó con Torrijos en el atardecer del mismo día, sin que nadie pudiera escuchar la conversación que mantuvieron ambos generales.

Para Torrijos, por su cargo e implicación en el plan Viriato, González Moreno era la persona idónea para deshacer la mala situación en la que se encontraban en aquel cerco, donde además de las unidades regulares procedentes de la capital, Regimiento Infante, 4º de Línea, provinciales de Málaga y Soria, y Regimiento de Caballería Vitoria, 4º de Ligeros, se habían incorporado Voluntarios Realistas de Alhaurín el Grande, Alhaurín de la Torre, Monda, Álora, Cártama, Mijas, Ojén y Marbella, así como los Carabineros de la 11ª Comandancia de Torremolinos.

Pese a que se desconoce lo que hablaron, puede intuirse por lo que después ocurrió, que Moreno propuso a Torrijos, que dadas las circunstancias, con tantos exaltados Voluntarios Realistas presentes en el sitio, el pronunciamiento que había traído al general liberal a Málaga, sólo sería efectivo con la presencia de ambos en la capital.

Además, el traidor gobernador pudo informar a su víctima, que tenía noticias fidedignas sobre la progresión de contingentes de tropas realistas procedentes de Cádiz, Sevilla, Córdoba y Granada, las cuales se dirigían a marchas forzadas hasta allí para colaborar en la captura de los expedicionarios de Gibraltar.
Por lo tanto, ante la situación sobrevenida tras el desembarco en El Charcón, la propuesta de Moreno pudo cifrarse en fingir una rendición, trasladarlos a Málaga y, una vez allí, llevar a cabo el levantamiento.
Quizás Torrijos, contrario de marchar hacia Málaga en situación de detenido, pidió a Moreno unas horas más, con el fin de obtener noticias de los 2.500 liberales de la Axarquía que, supuestamente, le estaban esperando en Bezmiliana.

Parece ser que el ladino gobernador le dio un plazo hasta el amanecer, en el cual si no había cambios, Torrijos tendría que “aceptar” la rendición.

Acordado el asunto, el general liberal regresó a la Alquería sin saber que, de nuevo, había sido engañado por su enemigo.

Los batallones pro-liberales de la Axarquía no existían ¡Nunca habían existido!, y su posible progresión hacia Málaga era una pura ficción. Habían sido parte del cebo tendido por Viriato para sacar a Torrijos de Gibraltar, y ahora lo iban a ser para su entrega sin resistencia.

La rendición se efectuó a las ocho horas y cuatro minutos del 5 de diciembre de 1831.

Trasladados a Málaga, Torrijos descubrió la traición de la que habían sido objeto en la Plaza de las Cuatro Calles (actual Plaza de la Constitución), siendo encerrado poco después en el calabozo del cuerpo de guardia del Cuartel de Mundo Nuevo, mientras que sus compañeros fueron ingresados en la Cárcel Pública.

Conocida en Málaga la orden de ejecución firmada por el monarca, los liberales fueron trasladados en la tarde del 10 de diciembre al Convento de San Andrés en el barrio de El Perchel, donde se les leyó la sentencia de muerte.

El fusilamiento se llevó a cabo en la mañana del día siguiente, en la playa de San Andrés.

Torrijos cayó en el primer grupo formado por veinticinco hombres. Los otros veinticuatro condenados, entre los que se encontraba el joven grumete, fueron aniquilados en una descarga posterior.

Solamente una bala acabó con la vida de Torrijos. El proyectil entró por debajo de la sien y sobre el lateral de su pómulo izquierdo, lo que hace sospechar que disparo tan preciso se debió más a un tiro de gracia que a la puntería de uno de los bisoños soldados del Provincial de Soria que integraban el piquete de ejecución.

Aquel 11 de diciembre cayeron junto a Torrijos hombres eminentes como Manuel Flores Calderón, presidente de las Cortes españolas en 1823; Francisco Fernández Golfín, ministro de la Guerra en 1823; Juan López Pinto, bravo teniente coronel de Artillería, o Robert Boyd, romántico oficial británico que con su fortuna había financiado gran parte de la empresa.

Indudablemente, el fin de llevar a cabo el pronunciamiento liberal fue la causa de la salida del Peñón el 30 de diciembre de 1831. Pero los determinantes que influyeron decisivamente para aceptar los riesgos inherentes del llamado plan Viriato, fueron la difícil y penosa situación que vivieron durante meses los exiliados en Gibraltar (desesperada en muchos momentos); y también la confianza puesta por Torrijos en la persona con que mantuvo correspondencia durante los últimos meses en la Roca.

La confianza es un valor humano. Torrijos lo poseía sobradamente junto con la valentía, el tesón, la voluntad, la sinceridad, la seguridad, la responsabilidad, la libertad, la justicia, la firmeza, la ilusión, la decisión, la amistad y el criterio. Torrijos vivía en sus propios valores y los revalidaba a diario en el trato directo con sus compañeros de exilio, Flores Calderón, López Pinto, Golfín o Boyd. En esa relación, la confianza fue fundamental para sobrevivir en Gibraltar.

Sabemos por la Historia, que a hombres de espíritus generosos, valientes y decididos, la confianza les condujo a la muerte. Ahí están los casos de William Wallace, El Empecinado o Emiliano Zapata. Creyeron que quienes les hablaban y sugerían, poseían los valores que ellos mismo tenían, cuando en verdad esgrimían la falsedad, el engaño y la traición: los mortales enemigos de la confianza.

Los tres personajes históricos citados en el párrafo anterior, al igual que el propio Torrijos, fueron víctimas de lo que más detestaron: la traición.

Torrijos nunca fue un ingenuo ni ligero en sus decisiones. Por las cartas escritas al personaje escondido tras el nombre de Viriato, conocemos hoy como le pidió seguridades y confirmaciones en varias ocasiones. Y en esas “seguridades” y en los “valores” del que le escribía, confió.

Traición sólo ha vencido al valiente

(José de Espronceda)