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La Asociación Torrijos 1831 participa en los actos de homenaje a Rafael del Riego en las Cabezas de San Juan. El desfile.

Asociación Torrijos 1831

El pasado 19 de marzo, tuvo lugar en la localidad de las Cabezas de San Juan, el homenaje a Rafael del Riego, militar español que realizó su conocido pronunciamiento a favor de la Constitución de 1812, el 1 de enero de 1820 en aquella localidad. Estos actos, que llevan años realizándose en las Cabezas, han tenido varias novedades en la presente edición de 2023; como la inauguración de un gran monumento a Riego, en la Plaza de la Constitución, o que, el Ayuntamiento de las Cabezas ha invitado a más de 700 personas de colectivos foráneos; entre ellos a los dedicados desde sus propios orígenes, así como en sus estatutos, a las figuras de liberales decimonónicos, incluyendo sus nombres en sus propias denominaciones, como son las asociaciones Torrijos 1831 y Manzanares, Estepona 1831, cuyos personajes de referencia trataron y tuvieron amistad con Riego durante el Trienio Liberal (1820-1823), así como a señeras asociaciones bandoleras de Andalucía, como “Vida y muerte de José María “El Tempranillo”, de Alameda, y “José María “El Tempranillo”, Bandoleros de Alameda”, “Benamejí bandolera”, y otras relacionadas con momentos anteriores de la historia de España, como Asociación Sociocultural “Arrabal de Puntales 1785”, “Voluntarios de Bailén”, etc. Esta decisión del Ayuntamiento ha permitido que se hayan concentrado en las Cabezas más recreaciones históricas que en los años anteriores, todas ellas precedidas en el desfile por una numerosa Banda de Gaiteros, trasladada desde Oviedo (no olvidemos que Riego era asturiano), seguida por una representación de la caballería constitucionalista, así como la reconstrucción del Regimiento Asturias de la Asociación Reding (que lleva años implicada en la recreación de las Cabezas), y cuyo presidente Francisco Luís Sola-Isidro Olmo tuvo la atención de saludar a la Junta Directiva de la Asociación Torrijos 1831. Una de las secciones de nuestra Asociación, uniformada como la Milicia Nacional, ciudadanos que fueron garantes del sistema constitucional durante el Trienio Liberal, portó durante el desfile y los actos de la Plaza de la Constitución, seis banderas entregadas a nuestro colectivo por ayuntamientos que, de una u otra manera, sus localidades estuvieron vinculadas con la vida de Riego. Fueron estas: Tineo, concejo del Principado de Asturias (Riego nació en Tuña, parroquia de ese concejo); Cabezas de San Juan, donde se pronunció; Algeciras, localidad a la que llegó tras salir de la Isla de León en su larga marcha; Málaga, ciudad que ocupó y realizó su discurso constitucional, en la Plaza de la Merced; Arquillos, en cuyo término municipal se hallaba el cortijo donde los realistas capturaron a Riego en 1823, y Madrid, donde fue ejecutado en la Plaza de la Cebada, el 7 de noviembre de aquel mismo año. A mitad de mañana, comenzó el desfile de las recreaciones históricas, que transcurrió por la Avenida Francisco Gómez Santos, Avenida Jesús Nazareno. Plaza de los Mártires (con la fuente de Rafael del Riego), calle y cuesta de Antonio Machado y Plaza de la Constitución.

Los antecedentes de los hechos ocurridos en Cabezas de San Juan.

La política y la economía de España habían sido un desastre durante el Sexenio Absolutista, y el país arrastraba todos los males derivados de la devastadora Guerra de la Independencia. Además, las injusticias y persecuciones políticas estaban a las órdenes del día. Mientras, en las colonias de la América española, la insurgencia era cada día mayor contra la Corona borbónica, tratando de independizarse de ella. Las acciones de Bolívar y San Martín, de la masonería y, especialmente, el apoyo de Inglaterra, en respuesta a lo que España hizo en la independencia de los Estados Unidos; habían llevado a Fernando VII y a su gobierno a la conclusión, que sólo enviando un número elevado de tropas se podría restablecer, en un desesperado esfuerzo, la situación anterior, tras los logros de la expedición del general Morillo en 1815.
Por esa razón, el denominado Ejército de la Isla había comenzado su formación el 9 de mayo de aquel mismo año, con un objetivo: la creación de un cuerpo expedicionario compuesto de 20.000 soldados de infantería y 1.500 de caballería, acompañados de la correspondiente artillería. Estos números jamás se alcanzaron. Así, en los estados de junio de 1819, se sabe que la tropa expedicionaria se componía de catorce batallones de infantería, de unos 740 hombres cada uno, y la caballería no llegaba a 2.500, por lo que sumando a los artilleros y zapadores, escasamente hubieran embarcado unos 14.000 hombres. El general en jefe del Ejército que debía marchar a ultramar, era Enrique O´Donnell, conde de La Bisbal, que se dio cuenta, que la mayor parte de la oficialidad y la tropa no querían embarcarse para América, pues la situación era pésima, también patente para O´Donnell. Al verlo con el mismo prisma, todos miraron a O´Donnell como el jefe de la conspiración, y él se postuló. El nerviosismo entre mandos y soldados, expedicionarios, aumentaba cada día. Circulaba ya que el embarque se produciría el 15 de enero de 1820. A los oficiales se les negó el poderse trasladar con sus familias a América, a pesar de habérseles prometido. Los fusiles estaban, por lo general, en muy mal estado. Los buques mostraban claros signos de estar podridos y proclives al desguace, y por tanto, nada aptos para resistir tan larga travesía atlántica. Además, las naves habían sido lugar de mortandad para centenares de militares enfermos con la fiebre amarilla, y no habían sido debidamente desinfectados; por lo que entrar en ellos era prestarse a coger las fiebres, y morir. Se recurrió a las insalubres calas de los buques como depósitos de enfermos, porque la dotación de hospitales era inferior a las dos terceras partes que correspondían. Una parte importante de los víveres habían sido embarcados siete meses antes, por lo que su descomposición podía acarrear más enfermedades. El dinero para hacer viable la expedición y pagar las soldadas, había decrecido. Pero había algo que aterraba aún más a los expedicionarios: los comentarios que traían los repatriados de la expedición anterior, pues hablaban de la extrema dureza de los combates, de la adversidad del clima, del rechazo de los criollos y, finalmente, del triste final de los expedicionarios que caían prisioneros, muriendo en las torturas más espeluznante.
En la primavera de 1819, se había incorporado al ejército de la Isla, como jefe de la 2ª División y segundo de todo el Cuerpo, el general Sarsfield, aparentando formar parte de los intentos de impedir el embarque, pero cuyo fin real era acabar con aquel propósito. Tanto fue así, que terminó comunicando a O´Donnell la conspiración, poniendo a éste en grandes dificultades. El Ministerio de Guerra actuó, decidiendo el relevo de O´Donnell y del jefe de la escuadra. Para salvarse de la quema, y ocultarse en la hipocresía, O´Donnel se puso al frente de tres batallones, dirigiéndose a Cádiz el 7 de julio, para detener a los hasta entonces habían sido sus compañeros de conspiración. Es lo que se conoce como “La traición de El Palmar”, donde fueron arrestados varios de los principales militares de la conspiración: el coronel Quiroga y el comandante Evaristo San Miguel. Mientras que Sarsfield se dirigió a Jerez para prender a otros. Pero de nada le valió a O´Donnell aquella componenda de última hora, en la que perdió su palabra y compromiso, pues con sospechas muy claras sobre él, Fernando VII le quitó el mando, poniendo al frente del ejército de la Isla, al general Calleja, conde de Calderón. Aparentemente, todo parecía solucionado, pero no fue así, ya que un número importante de conspiradores quedaron sueltos, entre ellos Alcalá Galiano y Juan Álvarez de Mendizábal, que conociendo a fondo, que tanto la mayor parte de la oficialidad como la tropa no querían embarcarse, continuaron su labor conspiratoria.

El relato histórico de Rafael del Riego en las Cabezas de San Juan.

Pasemos ahora a la historia escrita en las Cabezas de San Juan, a finales de 1819 y principios de 1820. Como solemos hacer, hemos recurrido a los documentos y bibliografía del Archivo Torrijos, que posee la Asociación Histórico Cultural Torrijos 1831. Rafael del Riego no había sido detenido por los acontecimientos de julio, de 1819, aunque, trató de sublevar a la artillería para que O´Donnell no pudiera contar con ella. A continuación, Riego marchó a Bornos, a tomar baños medicinales por su precaria salud. Permanecer en libertad de movimientos le permitió, a él y otros, seguir enlazados con Alcalá Galiano y Mendizábal. Por tanto, la conspiración liberal continuó sus preparativos. La idea parecía clara: era mejor lograr la libertad de España ante el régimen absolutista que la oprimía, que arrebatársela a los españoles de América. Por la separación del servicio de Evaristo San Miguel, Riego, con su empleo de teniente coronel, ocupó el mando del II Batallón del Regimiento Asturias, cuyo campamento estaba en las Cabezas de San Juan. Riego era uno de los mandos que había aceptado el embarque para América; sin embargo, a finales de diciembre de 1819, sus ideas ya estaban muy decididas por el pronunciamiento. El 28 de diciembre, estuvo cargado de lluvias. El tiempo era oscuro y grisáceo. Los militares andaban empapados y sus tiendas de loneta, igual. El barro lo inundaba todo. Aquella noche, Alcalá Galiano y Mendizábal estuvieron con Riego y lo acordaron todo. A continuación, los dos primeros partieron, uno hacia Jerez y Cádiz, y el otro a Arcos. Les preocupaba qué reacción tendrían las tropas de estas localidades y, especialmente, las de Cádiz. Sin embargo, los conspiradores contaban de forma garantizada con el apoyo de las logias gaditanas del Soberano Capítulo y del Taller Sublime. Riego pensó que su plan, aunque arriesgado por estar rodeado de fuerzas no afines a la conjura, si se llevaba como tenía previsto, podría tener éxito, y en ello confió. Al alba del 1 de enero de 1820, apenas sin dormir, Riego expuso sus planes al teniente coronel Fernando de Miranda, y al segundo ayudante del Batallón, Baltasar Varcárcel, a los que comunicó que para darle un ideal a la tropa, era su intención proclamar la Constitución Política de la Monarquía, promulgada en Cádiz en 1812. Los dos militares, de forma entusiasta, se comprometieron con Riego que, algo más sosegado, comenzó a redactar un bando muy parecido al que había visto escribir, días antes, a Alcalá Galiano. Al terminar, mandó llamar a un hombre de su plena confianza, Pedro Aenle, sargento 2º y su secretario personal, que realizó varias copias. Poco después, llamó a los capitanes José Rabadán y Carlos Hoyos, dándole copias del bando, aunque estas diferían en parte a la redacción de Alcalá Galiano. Riego mandó salir a la Compañía de Granaderos y, también, a la de Cazadores, la primera, al mando de los oficiales, Miguel Pérez, Miguel Gómez y Antonio Ben, mientras que a la segunda estuvo bajo el mando de los oficiales, Vicente Llén, José Heres y Pedro Delicado. A estos últimos les dio la misión de rodear el caserío de las Cabezas para que nadie pudiera salir de él para informar al exterior del pronunciamiento que iba a llevar a cabo. Para ello, se colocaron centinelas con poco trecho de separación. A todos estos oficiales, Riego les dio proclamas, diciéndole que haría jurar la Constitución gaditana, llamando para ello a los antiguos alcaldes constitucionalistas, Antonio Zuleta Beato y Diego Zuleta, el menor, que ante escribano, tendrían que tomar posesión de la alcaldía en el Ayuntamiento, una vez se llevara a cabo el pronunciamiento delante del II Batallón del Asturias. Riego mandó formar a las compañías en la actual Plaza de la Constitución, frente al balcón del antiguo Ayuntamiento. Riego no llegó a caballo a la plaza, no quiso mostrarse preeminente ante sus hombres en aquellos momentos tan decisivos, presentando con ese gesto una hermandad muy necesaria y comprometida (un plano de igualdad con sus hombres), en la que deberían afrontar muchos riesgos juntos. El capitán Rabadán, testigo directo en aquella mañana, describió así aquel momento en las cartas que escribió al canónigo del Riego, hermano del héroe de las Cabezas: “Le vimos venir hacia la Plaza, con un paso marcial y mesurado, conversando con Miranda, y eran las nueve en punto cuando se presentó delante del Batallón. Tenía puesta una levita gris, un sable corvo de vaina de acero que pendía de unos tirantes blancos acharolados, llevando el bastón de caña asido de la diestra mano…; el caudillo nos miró a todos y a todos nos saludó. Colgó la caña de un botón de la levita, desenvainó el sable e hizo con él una seña al tambor de órdenes, para que tocase llamada de oficiales, y todos volamos a nuestros respectivos puestos desnudando las espadas. En seguida hizo salir un piquete en busca de la bandera. Llegó la sagrada insignia, y después de recibida con los honores de ordenanza, mandó descansar sobre las armas”. Delante de sus tropas leyó la proclama, destacando que la oficialidad, mirando por el bien de la Patria y de la tropa, había tomado las armas para impedir el embarque y establecer un Gobierno que garantizara la felicidad pública, proclamando al coronel Quiroga (preso en Alcalá de los Gazules), como general y líder militar del alzamiento. Al acabar, levantó el sable con fuerza hacia el cielo, y con un tono más fuerte y decidido, gritó “Sí, sí soldados, la Constitución. ¡Viva la Constitución! Todos emocionados por las palabras de Riegos, respondieron al unísono “¡Viva la Constitución!”. Por segunda vez, aquella plaza recibió el nombre de Constitución. Alcalá Galiano se mostró muy crítico porque Riego proclamara la Constitución en aquellos momentos, pero el héroe de las Cabezas acertó plenamente con ello.

Algunos datos sobre el Regimiento Asturias.

En cuanto a la uniformidad que debió presentar la tropa del Regimiento Asturias en aquella histórica jornada, fue la derivada del Reglamento para la Infantería de Línea de 1815, con casacas de color azul turquí con forros encarnados, con solapas y vueltas en celeste, y los pantalones anchos de color azul turquí, con botín negro (al ser invierno). Lo más seguro, es que por ser un día lluvioso, poco de esta uniformidad fuera visible en aquella fría mañana en la Plaza de la Constitución, pues los regimientos de Línea tenían capotes de color gris-ceniza, con los cuellos del mismo color que las casacas, más aptos para sufrir días intempestivos, como lo fue aquel 1 de enero de 1820. Pero, más allá de estos detalles de la uniformidad ¿Qué fue lo que hizo, que la tropa del II Batallón del Regimiento Asturias siguiera a Riego? Afortunadamente, está recogido en la propia proclama del teniente coronel: “Soldados, mi amor hacia vosotros es grande. Por lo mismo que yo no podía consentir como jefe vuestro, que se os alejase de vuestra patria en unos buques podridos, para llevaros a hacer una guerra injusta al nuevo mundo; ni que os compiliese a abandonar a vuestros padres y hermanos, dejándolos sumidos en la miseria y opresión. Vosotros debéis a aquellos la vida y, por tanto, es de vuestra obligación y agradecimiento el prolongársela, sosteniéndolos en la ancianidad; y aún también, si fuese necesario, el sacrificar las vuestras, para romperles las cadenas que los tienen oprimidos desde el año 1814. Un rey absoluto, a su antojo y albedrío, les dispone contribuciones y gabelas que no pueden soportar, los veja, los oprime, y por último, como colmo de sus desgracias, os arrebata a vosotros, sus caros hijos, para sacrificaros a su orgullo y ambición. Sí, a vosotros os arrebatan del paterno seno, para que en lejanos y opuestos climas vayáis a sostener una guerra inútil, que podría fácilmente terminarse con sólo reintegrarse en sus derechos a la Nación española. La Constitución, sí, la Constitución hasta para apaciguar a nuestros hermanos de América”. Este texto recogido en las proclamas, junto a ofertas libertad ciudadana y desmovilización, que recogen algunos historiadores, más la decisiva acción de la oficialidad, llevaron a la tropa del Regimiento Asturias a fundirse con Riego en aquella arriesgada empresa.
Más datos sobre el pronunciamiento de las Cabezas de San Juan, en un siguiente artículo.