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Séptimo Arte. Mi opinión sobre Shane (Raíces profundas).

Esteban Alcántara. 20/01/2024

Ana Belén interpreta una canción titulada “Yo también nací en el 53”, señalando aquel 1953 situado a mitad del siglo XX, en el que la economía de nuestro país y la renta per cápita de los españoles alcanzó niveles similares a los de la preguerra civil de 1936, con un costo de diecisiete años de retraso, y en el que, por citar algunas cifras, el precio de la barra de pan era de 2 pesetas, el litro de vino 7 pesetas, el de aceite 11 pesetas y el de gasolina de 5´50 pesetas. En 1953 se firmó el endeble armisticio de la guerra de Corea, conflicto que estuvo a punto de llevarnos de cabeza a la III Guerra Mundial, y cuya amenaza aún colea en nuestros tiempos. Murió Stalin, que gobernó con mano de hierro la Unión Soviética en un régimen absoluto de terror que llevaría a millones de rusos a la muerte. Hubo una gran hazaña: en la gran cordillera del Himalaya, el británico Edmund Hillary y el sherpa nepalés Tensing Norkay conquistaron la cima del Everest el 29 de junio. El general Eisenhower fue nombrado presidente de los Estados Unidos, y España, aislada políticamente y sobreviviendo en la autarquía, consiguió entrar en la UNESCO. La canción de más éxito en nuestro país era “Allá en el rancho grande” del mejicano Jorge Negrete, y la mejor película de nuestro precario cine, fue “Bienvenido Mr. Marshall”, siendo el deportista más aclamado, el legendario futbolista Alfredo Di Stéfano, fichado por el Real Madrid. Yo también nací en aquel 1953, en el anochecer del primer día de aquel año: el 1 de enero. Fue en 1953, cuando, por primera vez, se proyectó en la gran pantalla la película estadounidense titulada “Shane”, editándose en nuestro país con el nombre de “Raíces profundas”. Sin duda alguna, es un western que figura en las listas de favoritos, siendo uno de los mejores de todos los tiempos. No es casualidad, que la mayoría de nosotros la hayamos visto unas cuantas veces a lo largo de nuestra vida.

Una película de George Stevens.

Basándose en la novela de Jack Schaefer, titulada “Shane” (1949), el notable director George Stevens (1904-1975), supo realizar una obra cinematográfica que, contando con elementos clásicos y arquetipos de western anteriores, marcó, sin embargo, una gran diferencia por la forma como trató e hizo frente al excelente guión de A.B. Guthrie, apoyándose en la precisión de los planos y la atención a rostros y figuras, la alteración del ritmo de las escenas, los silencios que hablan y la óptica fotográfica, así como en los apoyos técnicos al ser rodada en “Vistavisión” con música grabada en sonido estereofónico. La película tiene un fondo paisajístico monumental con las montañas del Grand Teaton National Park de Wyoming, que gana desde las primeras imágenes la vista del espectador.
George Stevens eligió a Alan Ladd (1913-1964) para interpretar a Shane (excelente acierto), un pistolero que huye de un atormentado pasado en busca de un lugar para romper con su vida anterior y asentarse en un lugar perdido para iniciar una nueva singladura. Ladd tenía el handicap de su estatura (1´65 m.), pero Stevens le supo sacar todo el partido posible a su atractivo rostro con excelentes primeros planos, además de dirigirlo perfectamente en los medios, algunos de ellos de una plasticidad extraordinaria. También, a las notables “pausas interpretativas” de las que el rubio actor era un maestro. Alan Ladd realizó una interpretación sobria y cuidada, con un magistral punto de intriga sobre el pasado del personaje, combinando la vestimenta de gamo con flecos, que luce en los momentos álgidos como pistolero, con la camisa de paño celeste y pantalones oscuros en su faceta de querer integrarse entre los pacíficos agricultores del valle. Genial también la interpretación de Van Hefflin como Joe Starrett, el agricultor que, sin desear serlo, se convierte en líder de sus acobardados compañeros, exhibiendo siempre una gran nobleza, no exenta a veces de ingenuidad, pero con la fuerza y voluntad de mantener sus principios ante las injusticias que están siendo sometidos por parte de los ganaderos del territorio, mandados por Rufus Raiker. La gran actriz Jean Arthur interpreta a Mariam, la abnegada esposa de Starret, que a lo largo del film experimentará una muy controlada atracción por Shane, perfectamente dosificada por la mano maestra de George Stevens. Jean Arthur tenía entonces 53 años y su atractiva belleza de antaño había mermado (hay quien piensa que Stevens debió escoger a una actriz más joven, pues Arthur era mayor que Ladd, trece años, y superaba en ocho a Hefflin). Para ella fue su último papel en el cine. El hijo de los Starret es Joey (Brandon de Wilde), y a través de su permanente observación, nos sentimos identificados los niños de la época, compartiendo con él la admiración por Shane. George Stevens le dedicó al personaje de Joey una especial atención, haciendo de sus ojos y mirada una “segunda cámara” de seguimiento a los gestos y movimientos de Shane. Por parte de los “malos” destaca sobre todos el papel asignado a Jack Palance (actor con rostro endurecido, rasgos marcados por los golpes de su anterior profesión: la de boxeador), sin duda en una de sus mejores interpretaciones que nos ha dejado para el recuerdo, dando vida a Wilson, un pistolero de Cheyenne contratado por los hermanos Raiker para atemorizar a los campesinos. Durante el rodaje, Palance tuvo varios problemas con los caballos, algo que se nota en la escena de su primera aparición montado, a su llegada al pueblo. Hasta “Raíces profundas”, George Stevens había conseguido destacar como director con “Sueños de juventud” (1935), “Gunga Din” (1939) y “Un lugar al sol” (1951). Era un realizador avezado, un artesano del celuloide con rigor académico que impregnaba un halo poético y una particular psicología de los personajes que trataba. Cuando “Raíces profundas” alcanzó el éxito, la mayoría de los periodistas citaban que era una película de Alan Ladd, ya que el actor había destacado fulgurantemente en los años cuarenta como el gran galán de la Paramount; pero por su esencia sentimental, sensibilidad y formas sencillas en su desarrollo, realmente la película fue del director George Stevens.

La eterna lucha de los débiles frente a los poderosos.

Territorio de Wyoming (USA), década de los años setenta del siglo XIX. Un pequeño grupo de agricultores de cultivos intensivos que sueñan a base de trabajo y sudor levantar sus granjas, chocan de pleno con los intereses de los Raiker, poderosos ganaderos de la zona que ven peligrar con la agricultura, el agua y los pastos de sus reses. Sin sheriff en muchas millas a la redonda (por tanto, sin obligaciones ante las leyes por parte de aquellos decididos a infringirlas), los Raiker emprenden contra los agricultores una soterrada guerra de provocaciones, primero, y de acoso, después, para obligarlos a malvender sus tierras y marcharse del productivo valle donde viven. Varios matones que les sirven están empeñados en esa tarea, cuando sin apenas hacerse notar surge un misterioso jinete en la zona que, circunstancialmente, ve como los secuaces atosigan a la familia Starret, decidiendo aportar, inicialmente, sólo su presencia para protegerlos, sin ni siquiera desenfundar su revolver y, a la vez, encontrar él mismo, allí, una oferta que recibe para trabajar en la granja, un cambio respecto a su vida anterior de pistolero, cubierta de luchas y desafío constantes, con un reguero de tullidos y muertos a su espalda. Muy pronto, Shane se identifica con la vida familiar y cotidiana de los Starret, así como con su ilusión por un trabajo que, pese a su dureza, recompensa sus sueños y su firme voluntad por decir adiós al pasado. Pero los nubarrones continúan y los hermanos Raiker deciden que para implantar su voluntad hay que “poner muertos sobre la mesa”, contratando al afamado y duro pistolero Wilson para realizar la “tarea sucia”; el cual, una vez en el pueblo, provocará de forma calculada la primera muerte de un campesino para, a continuación, colaborar en la preparación de una trampa mortal para Joe Starret. Shane, que conoce bien los métodos del pistolero y de quienes lo han traído, decide sustituir al agricultor en su cita con la muerte, influyendo en ello el gran valor que da a la vida de su amigo y a los componentes de su familia. Tras una dura pelea para suplantarlo en la cita, Shane pone fuera de combate a Starret, quedando libre el camino para enfrentarse él solo a Wilson y los Raiker. El duelo tiene lugar en el bar-almacén del pueblo, con unos planos preparados muy acertadamente por Stevens, ensombrecidos por la oscuridad y dominados por una música lenta y profunda, en los momentos previos al desafío. Shane, muy consciente de la trampa donde se ha metido, no da alternativa a sus rivales y los provoca. A Rufus Raiker le dice “Ya has vivido demasiado, tus días se acaban”, luego se vuelve contra el pistolero Wilson y le espeta “He oído decir que no eres más que un cobarde”. Rufus y Wilson tratan de abatir a Shane, pero éste, más rápido con el revólver, acaba con ellos. También, con el hermano de Rufus que, apostado en la parte superior del salón, lo hiere. A partir de ahí, Shane sabe que debe de abandonar el valle, así como sus ilusiones de asentarse en el mismo, pues tiene claro que la comunidad de campesinos, a la que ha resuelto de un solo golpe todos sus grandes problemas, será la primera que mantendrá viva, con desprecio, su leyenda de pistolero, considerándolo persona no grata y mal ejemplo para sus hijos. Por eso, se expresa así ante el hijo de los Starret que lo ha seguido hasta el mismo lugar del duelo: “Ahora corre a casa y dile a tu madre que ya está todo arreglado, y que ya no queda ningún revólver en el valle”, dejando claro que ni siquiera el suyo.
El diálogo final, entre Shane y el pequeño Joey, es una lección magistral de texto y planos. Shane le dice al niño que se marcha para siempre del valle, y al preguntarle éste por qué, le responde: “No puede uno dejar de ser lo que es, torcer su destino, yo lo he intentado inútilmente…, no gusta convivir con un asesino, no hay que darles vueltas Joey, por suerte o por desgracia yo llevo esa mancha, imborrable…”
Mientras que Joey grita para que Shane vuelva, el jinete se aleja por la llanura para, a continuación, iniciar su ascenso a la montaña, dejando George Stevens a la libre interpretación del espectador, si realmente desaparece entre ella, o termina cayendo mortalmente herido, simbólicamente, al atravesar el cementerio en su última visión.

Unos planos inolvidables.

Los que reflejan el paisaje con las montañas nevadas al fondo, con ese paisaje monumental del Grand Teaton National Park de Wyoming, combinado magistralmente con la aparición de animales (venados, caballos, reses o perros). El primer encuentro entre Wilson y Shane en el porche de la granja de los Starret, las miradas que se cruzan ambos en permanente vigilancia y sin perder detalle de los movimientos del contrario. Los dos son pistoleros y conocen los recursos para sorprender a sus rivales. Inmejorable la teatral bajada, y subida, del caballo que realiza Jack Palance para beber agua, mirando a Shane de reojo y sin perder su maligna sonrisa. El empeño de Starret y Shane por arrancar el viejo tronco (todo un símbolo de raíces fuertes y profundas), con un esfuerzo compartido cargado de épica. Las provocaciones que Shane soporta en el bar sin reaccionar violentamente. La trampa que Wilson realiza al campesino Tory, así como el recorrido de ambos antes de sacar las armas: el agricultor por el barro, en clara desventaja, y el pistolero por el plano superior del entarimado. La pelea de Shane y Starret entre las patas de los caballos. Y para terminar, la escenografía del desafío final y la despedida entre Shane y Joey, uno de los momentos más emocionantes de la película, bien acompañado por la banda sonora.
“Raíces profundas” ganó un Oscar y obtuvo cinco nominaciones. Décadas después, Clint Eastwood hizo un remake de la misma con “El jinete pálido”, que en ningún momento alcanzó el prestigio y repercusión del film de Stevens.

Qué sucedió con el joven actor Brandon de Wilde.

Algunos, cuando quieren recordar “Raices profundas”, al olvidarse del título de la película suelen citar “…, esa que sale un niño rubio”. Ese niño actor fue Brandon de Wilde. Por estar sus padres vinculados con el mundo del teatro, con sólo siete años, el pequeño Brandon debutó en la obra “The Member of the Wedding”, pero su fama la conseguiría en 1953, con “Raices profundas”. En televisión consiguió su serie propia titulada “Jaime” (1953-1954). Entre sus películas se encuentran “La última bala”, “Su propio infierno” y “Hud, el más salvaje entre mil”, con actores como James Stewart, Warren Beatty, Eva Marie Saint o Paul Newman. También participó en el serial “Alfred Hitchcock presenta”. Su última película fue “Wild in the Sky” (1972), rodada en el año en que, precisamente, murió. Su fallecimiento fue consecuencia de un trágico accidente de tráfico, cuando se trasladaba para realizar la obra “Las mariposas son libres”. Brandon de Wilde estaba conduciendo su camioneta cuando, en mitad de una fortísima tormenta, su vehículo iba a colisionar con otro que venía de frente. Para evitarlo, giró bruscamente chocando contra un camión de plataforma que estaba aparcado al lado de la carretera, ocasionándole heridas muy graves. Al morir tenía sólo treinta años. De esta forma nos dijo adiós para siempre, pero no su personaje Joey, que quedará en la eternidad.

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