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Ofrenda de corona, citas y poemas, abren un mar de sentimientos ante el cenotafio que, en Estepona, alberga los restos de Salvador Manzanares y sus bravos compañeros.

Asociación Torrijos 1831. 26.03.22

Un año más, y ya van cinco, la “Asociación Manzanares. Estepona 1831”, con su presidente Juan Bazán a la cabeza, ha organizado con éxito el día de las recreaciones históricas que se realizan anualmente en la localidad esteponera, en memoria del bravo coronel Salvador Manzanares y sus valientes liberales, que cayeron en el fallido intento de pronunciamiento constitucionalista librado entre febrero y marzo de 1831. Sin duda, el hecho de convivir todavía con la pandemia, ha incidido en los actos, que no se han podido realizar como en ediciones anteriores, afectando, entre otras cosas, a que el número de recreadores participantes, enviados a los actos por las recreaciones foráneas se ha limitado a comisiones previamente establecidas por la Asociación organizadora. Una de las novedades ha sido que, en esta edición, los actos han comenzado en el cementerio de «La Lobilla», de Estepona. Las asociaciones presentes y representadas, fueron: “Manzanares. Estepona 1831”, “Torrijos 1831”, «Bandoleros de Grazalema”, “Algodonales libre”, “Bandoleros de Benamejí”, “José María El Tempranillo. Bandoleros de Alameda” y “Bandoleros de Júcar”. Éstas, iniciaron un desfile hasta ascender al campo santo. Una vez arriba y con los colectivos formados ante la tumba de los liberales, Juan Bazán leyó los nombres de los allí sepultados, mientras redoblaba el tambor, y tras ello, la poetisa Milagros Subiri, de la Asociación “Torrijos 1831” realizó una hermosa elegía dedicada al capitán Francisco Egido, valiente oficial y hombre de confianza de Torrijos y Manzanares, que cayó en los fusilamientos de Estepona del día 10 de marzo de 1831. A continuación, la Asociación “Manzanares. Etepona 1831”, con su presidente al frente, realizó la ofrenda de corona acompañado de damas de la Asociación y varios presidentes de las asociaciones presentes.

Una tumba que pasó décadas de olvido en un sendero llamado ignorancia.

El 8 de octubre de 2005, la Asociación “Torrijos 1831” y el Ayuntamiento de Estepona (a propuesta de la primera), colocaron una lápida sobre la pared desnuda del cenotafio de Salvador Manzanares y sus diecisiete liberales, en el cementerio de “La Lobilla”; ya que sin ella (desaparecida la lápida anterior en los años treinta del siglo XX), el osario era irreconocible para las personas que visitaban el campo santo, desconociendo su valor histórico. El 8 de marzo de 1831, Manzanares había sido enterrado en el pequeño cementerio de la Plaza del Reloj, junto a la iglesia. Por otra parte, sus diecisiete compañeros, tras ser ejecutados el 10 y 11 de marzo, junto a la desembocadura del río Cala, habían sido enterrados a extramuros del levante esteponero, en el límite sur del viejo y polvoriento camino en dirección a Marbella, y muy cerca de la desembocadura del Cala. A medida que la playa fue agrandando, el camino derivó algo más hacia el sur, por lo que algunas de las tumbas de los liberales, comenzaron a ser batidas por las ruedas de los carros y las pezuñas de los animales de carga, en medio de la polvareda diaria y el fango de la lluvia, haciendo desaparecer la poca vegetación y escasas flores, que habían crecido junto a las tumbas, laceradas por el viento del mar y la arena. Sin duda, aquello rompió con la belleza del poema que Miguel Bernal dedicó a Tomás Benítez, otro valiente capitán de Manzanares enterrado allí, junto al polvoriento camino, y que en una parte del mismo citaba esta expresión cargada de romanticismo:

«La azucena se reproduce sobre mi cadáver,
para indicaros el lugar donde reposo…»

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, al construirse algunas edificaciones en ese espacio, se constituyó un estrecho paso que, popularmente, terminó por llamarse el “callejón de los liberales”. Esto evitó la desaparición de una parte de los restos de los liberales de Manzanares. Con la consolidación del cementerio del este, los restos del jefe liberal y los de sus compañeros fueron trasladados definitivamente al modesto osario, que todavía pervive.